domingo, 26 de julio de 2015

CON GALES DE CABEZA DE SERIE, LA FIFA PIERDE LA CABEZA

Cuando en diciembre de 2013 la FIFA anunció la identidad de los ocho cabezas de serie para el sorteo del Mundial 2014, multitud de aficionados debieron de investigar qué méritos habían hecho algunos de ellos para disfrutar de esa categoría. 

Entre los elegidos estaban los esperados Brasil (selección anfitriona y pentacampeona del mundo), Argentina (dos títulos mundiales), España (entonces vigente campeona) y Alemania (a la postre ganadora del torneo y con otros tres más en su zurrón). Decidió la FIFA que, de los ocho cabezas de serie, la mitad fueran americanos y la otra mitad, europeos. Una opción razonable, especialmente cuando el campeonato se iba a disputar en el nuevo continente. 

El cupo americano se completó con Uruguay y Colombia. El europeo, con sorpresa y estupefacción: Bélgica y Suiza. Si se observa el currículum futbolístico de belgas (cuyo mejor resultado en un mundial fue un cuarto puesto... en 1986) y helvéticos (de veinte mundiales disputados se han clasificado para diez, con los cuartos de final como techo), uno se pregunta de qué sirve ganar títulos a ojos de la FIFA.

Entre los resultados de esta selección de cabezas de serie, uno muy destacado: Italia (cuatro veces campeona del mundo), Uruguay (dos) e Inglaterra (una), en el mismo grupo. Para colmo, acompañados de una cenicienta que se reveló un puma con las garras bien afiladas: Costa Rica, que derrotó a uruguayos e italianos y empató con los ingleses cuando no se jugaba nada por tener ya asegurado el primer puesto de su grupo, claramente el de la muerte

Visto esto y vistos otros casos peculiares, como los todopoderosos rivales que le tocaron a Argentina, Colombia y la potencia advenediza Bélgica; visto cómo se otorgó la organización del Mundial 2022 a un país de 11.521 kilómetros cuadrados (la provincia de Guadalajara tiene más superficie) y visto cómo se consiguió el silencio irlandés tras la escandalosa mano de Henry, es harto complicado tragarse que las decisiones de la FIFA no estén amañadas. 

El pasado 25 de julio se celebró en San Petersburgo otro sorteo con pintorescos cabezas de serie, al menos en lo concerniente al fútbol europeo. El asunto estaba en disponer los grupos de clasificación de la zona UEFA para el Mundial 2018, que tendrá a Rusia como país organizador. Hubo nueve cabezas de serie. Entre ellos, Alemania, España, Holanda, Inglaterra y Portugal. Hasta aquí, todo normal.

Lo anormal empieza cuando se ve que Italia no está en esa lista, ni tampoco Francia. Y culmina cuando entre sus sustitutos figura otra vez Bélgica (sus cuartos de final en Brasil 2014 parecen darle mucho caché; quizá si algún día vuelve a semifinales obtenga la clasificación directa para el siguiente torneo) y, aparte, otros combinados como Rumania (el último mundial al que se clasificó fue el de Francia 98), Croacia (la sombra de su tercer puesto en ese mismo torneo es tremendamente alargada) y la que se ha erigido en la mayor tomadura de pelo en un sorteo de estas características: Gales

Una consulta al ranking de selecciones de la FIFA muestra que Gales ocupa el décimo lugar, lo que justifica su inclusión entre los cabezas de serie europeos. Sería interesante saber qué motivos explican que una selección cuyo mayor logro es haberse clasificado para el Mundial de 1958 se considere entre las diez mejores del planeta fútbol. ¿Ganar muchos partidos amistosos? ¿Estar a punto de clasificarse para una Eurocopa? Valga que en su grupo de cara a la Euro 2016 las cosas le marchan sobre ruedas, pero difícilmente pueden venirle mal dadas cuando sus oponentes son Israel, Chipre, Bosnia-Herzegovina, Andorra y la omnipresente Bélgica. 

Para estar entre los mejores antes hay que haber derrotado a los mejores. Y no precisamente en duelos amistosos. Ni Bélgica, ni Croacia, ni Rumania, ni mucho menos Gales pueden serlo ni estarlo. El nivel de un equipo está indefectiblemente ligado al nivel de los adversarios vencidos. Muchas victorias frente a rivales de poca envergadura pueden garantizar cientos o miles de puntos FIFA, pero escasa credibilidad en el terreno de juego. 

Pongamos un ejemplo: España empezó a estar entre los mejores en 2008. Lo consiguió ganando ese año la Eurocopa, y no a cualquiera: en cuartos de final, eliminó a Italia, y en la final, a Alemania. Es decir, a las dos selecciones europeas con mejor palmarés. En el Mundial 2010, la Roja siguió labrándose una reputación deshaciéndose de Portugal, Alemania y Holanda. Y en la Euro 2012, mostró la puerta de salida a Francia, Portugal e Italia. 

No es necesario ganar tres títulos consecutivos para hacerse un nombre. Ni siquiera uno. Pero sí al menos dejar huella en los torneos que se disputan. Y en lo que va de siglo XXI, ni Bélgica, ni Croacia, ni Rumania, ni Gales lo han hecho. 

El disparate del último sorteo ha encuadrado en un mismo grupo a tres de las mejores selecciones europeas (Holanda, Francia y Suecia), mientras que Bélgica no debería tener demasiados problemas para superar a Grecia, Bosnia, Estonia y Chipre, y tampoco Croacia tendría que sudar para deshacerse de Islandia, Ucrania, Finlandia y Turquía. En cuanto a Gales, Irlanda y Serbia no son sencillos, pero sí lo son Austria, Moldavia y Georgia. Rivales que no sirven para determinar el auténtico alcance de una selección, por mucho que lo imponga la FIFA. 

lunes, 23 de marzo de 2015

UNA HISTORIA DE AJEDREZ Y MUNDIALES

Mi padre, que de joven fue un hábil jugador de ajedrez, me dijo en una ocasión que este juego tiene mucho en común con el fútbol: si dominas el centro del tablero, tendrás todas las de ganar. Lo que escuché me pareció razonable, pero en mi opinión hay otro detalle que une a escaque y balón, y es que el exceso de confianza y las pérdidas de concentración tienen efectos devastadores en uno y otro caso.   

Este blog habla de los mundiales de fútbol, un campeonato en el que la selección española tocó el cielo una vez, en 2010. Sin embargo, antes -y después- de esa fecha protagonizó fracasos y decepciones que quizá no hubieran sido tales de haberse desenvuelto los nuestros con la sangre fría y la competitividad que la oportunidad exigía.  

Pensando en nuestro pasado mundialista, especialmente en los partidos de eliminatoria directa, inicié esta partida. Empezamos fuertes, saliendo al ataque, jugando como nunca y ¿perdiendo como siempre? La salida en tromba comienza con un peón arrebatado a las blancas, pero es una estrategia demasiado alocada y tiene como resultado un caballo y un alfil amenazados por sendos peones. Opto por salvar el alfil. El caballo sacrificado desaparece del tablero.



Un caballo a cambio de dos peones. Mal negocio. El adversario se adelanta en el marcador, un 1-0 traducido al lenguaje del fútbol. Pese al revés y a que todo indica que perderemos el duelo, aún queda tiempo y mantenemos la confianza en dar la vuelta al resultado. Hay ganas de luchar hasta que merezca la pena hacerlo.

Y la situación lo merece. La desventaja en el valor de las piezas tiene no obstante una ventaja en la disposición de las mismas. Mi dama y uno de mis alfiles -el de casillas oscuras- amenazan desde sus respectivos flancos a un peón clavado en la casilla c3. Mientras la dama domina la diagonal que llevaría a la torre rival, el alfil tiene en el punto de mira al rey. Sólo un caballo protege al peón, que pronto recibe el apoyo de su dama. Aprovecho para enrocarme y el rival hace lo propio, ocultando así a su rey de miradas maliciosas. 

La remontada comienza insistiendo en atacar por el flanco derecho, con ese peón doblemente amenazado y la torre tras él entre ceja y ceja. Juego con el corazón, pero sin perder la cabeza. Con uno de mis peones añado otra pieza apuntando a la posición c3, con lo que comenzará una escaramuza que me librará de la adversidad. Primero, gano un caballo y dos peones -¡cediendo en el envite sólo un peón!-; después, intercambio mi último caballo por un alfil, y en el desenlace de esa jugada gano un peón más.

Hemos invertido el marcador. El 1-0 es ahora un 1-2 y bastará con mantener la calma para salir victoriosos. Peón, caballo, alfil y torre, muy bien apoyados entre sí, y con la sombra protectora de la reina, han hecho una escabechina en las filas rivales. El botín, más que valioso. 

Y en esto llega el error imperdonable. El alfil y la torre que tomaron parte en la refriega están desprotegidos, y un mero movimiento de la dama adversaria a la casilla a2 me pondría en aprietos. Sin embargo, tanto el alfil como la torre -y mi reina, desde la distancia- amenazan a un caballo clavado en c3. En cuanto las blancas ejerzan su turno, bastará con embestir a su caballo con la pieza adecuada: la torre



La reina se desplaza, pero no a a2, sino a d5. Una jugada inesperada, pero no por ello equivocada. La equivocación viene de mi parte, al capturar el caballo con el alfil y... ¡dejando mi torre a merced de la dama! La casilla d5 revestía la misma amenaza para mis piezas desprotegidas. De una victoria segura paso de un plumazo a una derrota que sólo podría evitar un despiste del mismo calibre por parte de mi contrincante. Demasiado pedir.

Las imágenes se van sucediendo en mi mente. Cardeñosa y su fallo imposible. Las manos temblorosas de Arconada. Míchel apartándose de la barrera. Salinas estrellándose contra Pagliuca. Zubizarreta convirtiendo en autogol un centro sin peligro. Decididamente, la Eurocopa se nos da mejor que el Mundial. Pero acto seguido llegan a mi memoria otros episodios. Manjarín temblando ante SeamanMolina olvidando que en verano hace solRaúl practicando el tiro a las nubes.

Lo visto en el tablero se traslada al césped con un dramático guión:

La remontada desata la euforia entre los nuestros. ¿Quién daba un céntimo por ellos sólo una hora antes? A base de tesón y fe en sí mismos le daban la vuelta al marcador. 1-2 y menos de cinco minutos para el pitido final. Por una vez, el tiempo no corre en nuestra contra. La selección acaricia el pase a la siguiente ronda. Es el final soñado. 

Cuando un defensor rival, desesperado, comete un derribo dentro de su área, lanzamos las campanas al vuelo. Una pena máxima tan cerca del último minuto. A un paso del gol de la tranquilidad. Ya nada puede apartarnos del éxito. El ejecutor, confiado en su puntería, coloca la pelota en el punto de penalti y busca los ojos del portero. Pero éste ya ha encontrado los suyos mucho antes.

Al borde del área, los nuestros y los otros a la espera del desenlace. El tirador apenas toma carrerilla. Uno, dos, ¡dispara!

El rechace reactiva a quienes un instante atrás se veían haciendo las maletas y bloquea a los nuestros. Ni uno solo acude a rematar el despeje del guardameta. Ellos, por contra, en cuatro pases se plantan en nuestro campo. Vuelan como flechas hacia su objetivo. 

Un contragolpe letal, de libro, que finaliza con el mejor premio posible. No en gol, sino aún mejor: zancadilla, penalti y expulsión. Pero con una diferencia: su tirador no falla. Dispara con oficio y templanza, y también por la escuadra. 

Empate a dos, agotados física y mentalmente y por delante una prórroga con un jugador menos.  

No voy a escribir la crónica de la prórroga. No la merece. De nada sirve resistir veinte jugadas más cuando ya se sabe el resultado.



jueves, 17 de julio de 2014

ALEMANIA, EL SABER GANAR Y LAS BESTIAS NEGRAS

No es sencillo escribir sobre la final del Mundial 2014 cuando por haber estado en carretera sólo llegué a ver los 20 últimos minutos de la segunda parte y toda la prórroga. Por lo que pude escuchar en la radio de mi coche y después leer en la prensa, Argentina puso en serios aprietos a Alemania durante algunas fases del partido aunque los europeos dominaron en general. El tiempo añadido tuvo color teutón, y el premio llegó con el golazo de Götze.

Los germanos ya pueden presumir de cuatro estrellas en su camiseta, pero no deberían olvidar que sus contrincantes dispusieron de ocasiones claras para aguarles la fiesta. La que desperdició Higuaín en el primer tiempo pudo haber cambiado el signo del duelo, y la que falló Palacio en el tiempo extra también debió de dejar a sus rivales sin que les llegase la camisa al cuerpo durante esos instantes.


Por trayectoria y juego, Alemania mereció ganar el campeonato. Argentina, en cambio, sólo dio una buena imagen en la final. Así, el mejor equipo del torneo ganó el último partido, algo que no siempre ha ocurrido. El hecho de ser la primera selección del Viejo Continente que se proclama vencedora al otro lado del Atlántico le da aún más mérito a los de Joachim Löw.

Los teutones son los ganadores, pero no están sabiendo ganar. Es inadmisible que un futbolista como Thomas Müller, quien más pronto que tarde será el máximo goleador de la historia de los mundiales, calificara de "scheisse" -mierda en alemán- la Bota de Oro conseguida por el colombiano James Rodríguez, la que él mismo tuvo ocasión de lograr de haber visto puerta en la final. Tampoco ayudan a hacer simpáticos a los nuevos reyes del fútbol internacional sus burlas a la selección argentina durante las celebraciones en Berlín.



Está claro que la euforia borró de la memoria de los campeones los errores defensivos que tan caros pudieron haberles costado. Y seguramente también haya eliminado de sus recuerdos a las selecciones de España e Italia, dos rivales a los que deberían tener muy presentes. 


La Roja es su bestia negra de los tiempos recientes. La final de la Eurocopa 2008 y la semifinal del Mundial 2010 fueron dos auténticos monólogos por parte española que los germanos no supieron responder. Y lo de la Azzurra ya adquiere dimensiones de pesadilla sin fin para Alemania, que no ha sido capaz de derrotarla ni en sus cinco enfrentamientos en los mundiales ni en los tres de la Eurocopa.

Roger Federer es considerado el mejor tenista de todos los tiempos. Su palmarés, con 17 títulos de Grand Slam, es incontestable. El suizo es el más grande, pero con un pero: ¿habría ganado su único Roland Garros de haberse enfrentado a Rafa Nadal en la final en lugar de a Robin Soderling? La duda es razonable y el propio Federer lo sabe.

Una duda similar recae ahora sobre la Mannschaft 

domingo, 13 de julio de 2014

LA FINAL DEL MUNDIAL Y LA DESGRACIA DEL FAVORITO

Brasil llegó a su último partido en el Mundial 50 como clara favorita ante Uruguay. No era para menos. La antecesora de la Verdeamarela -el equipo brasileño vestía entonces de blanco- contaba por goleadas sus choques en la fase final -A Suecia la aplastó por 7-1 y a España sólo le hizo un gol menos-. El conjunto local era favorito, pero contra todo pronóstico fue golpeado por el Maracanazo.

Hungría era el candidato más firme al título en Suiza 1954. Se enfrentaba en la final a Alemania Federal, a la que ya había humillado con un contundente 8-3 en la fase de grupos. Los Puskas, Kocsis, Czibor y compañía parecían imparables, pero los germanos, comandados por Fritz Walter, protagonizaron en el choque decisivo lo que se llamó el milagro de Berna. Una gesta que, según algunos, consiguieron con algo de ayuda.



Los alemanes ganaron su segundo Mundial en 1974, ante su público, en un torneo cuya memoria estará siempre ligada a la subcampeona, la selección de los Países Bajos liderada por Cruyff. La Naranja Mecánica también era el mejor equipo, pero en la final dejó de serlo, al menos sobre el papel.

Cuarenta años después, Alemania jugará su octava final de Mundial, y en esta ocasión pocos dudan de su victoria sobre Argentina. Los teutones se han ganado a base de buen juego y grandes nombres -Müller, Klose, Kroos, Özil, Schürrle, Schweinsteiger... la condición de favoritos en las previsiones. Pero, dadas las experiencias de quienes se vieron campeones antes de jugar, la Mannschaft haría bien en despojarse de esa etiqueta y afrontar la final de Brasil 2014 sin pensar en los éxitos recientes. El último partido no siempre lo gana la mejor selección del Mundial.

Como precaución, los alemanes deberían tener presentes las palabras de Obdulio Varela, capitán de Uruguay en 1950, ante el temor de sus compañeros hacia el omnipotente equipo brasileño y el público que abarrotaba Maracaná: "Nunca miren a la tribuna... ¡El partido se juega abajo!". Y recordar que la Albiceleste podría tener en Mascherano a su Varela. Y no olvidar que, hasta el momento, ningún europeo ha ganado un Mundial en América

KLOSE, ENTRE RONALDO Y MÜLLER

Dieciséis tantos en cuatro participaciones. Una media de cuatro dianas por Mundial y una cuenta que puede incluso aumentar esta noche. Presente en cuatro semifinales consecutivas de la Copa del Mundo. Goleador con 36 años. Todos estos datos relucen en la hoja de servicios de Miroslav Klose, el máximo artillero en la historia de los mundiales desde el 8 de julio de 2014.

El alemán nacido en Polonia ha inaugurado el club de los 16 tras un efímero paso por el de los 15, al que le dio la bienvenida el mítico Ronaldo. El brasileño había destronado en Alemania 2006 al germano Gerd Müller -quien firmó 14 goles entre los campeonatos de 1970 y 1974-, pero ahora en 2014 ha sido un teutón el que le arrebató la corona en Brasil a El Fenómeno.



A Müller le duró el récord 32 años; a Ronaldo, ocho. ¿Cuánto tiempo podrá retener Klose la marca en su poder?

Es muy probable que el honor le dure sólo hasta el Mundial de Rusia, dentro de cuatro años, y que sea un compatriota suyo con apellido de goleador quien se lo arrebate: Thomas Müller.

Aún no ha cumplido los 25 años y ya suma 10 goles en dos mundiales. Cinco en Sudáfrica 2010 y otros tantos -sin contar los que pueda hacer hoy- en Brasil 2014, e incluso tiene en su mano la posibilidad de ser Pichichi del torneo por segunda vez, algo que ningún otro futbolista ha alcanzado. El joven Müller está llamado a seguir haciendo historia.

Y en su espalda lleva el 13, el mismo dorsal que Torpedo.
 

viernes, 11 de julio de 2014

EL FÚTBOL NO LE DEBE UN MUNDIAL A ESTA HOLANDA

Es habitual escuchar a no pocos aficionados afirmar que el fútbol le debe un Mundial a Holanda. La aseveración tuvo su sentido durante varias décadas pero, lamentablemente para este deporte, en julio de 2010 dejó de tenerlo. El fútbol no le debe nada  en absoluto a esta selección de los Países Bajos, y que quede bien resaltado el demostrativo esta.

Quienes claman por un título para la Oranje guardan en la memoria la Naranja Mecánica que asombró al planeta en el Mundial 74. El fútbol total que Rinus Michels ideó y Johan Cruyff plasmó sobre el terreno de juego se ganó la admiración por los siglos de los siglos pese a su derrota en la final ante la Alemania Federal de Beckenbauer. Pocas verdades en el fútbol son más indiscutibles, si es que las hay.



Michels regresó al banquillo de los tulipanes en los ochenta y alumbró otro equipo de leyenda que esta vez, además de convencer, fue capaz de vencer. Con jugadores de gran talento como Gullit, Van Basten, Rijkaard y Koeman, el conjunto neerlandés ganó la Eurocopa 88 en suelo alemán, el mismo territorio donde había caído frente a la anfitriona 14 años antes. En esta ocasión, se tomó la revancha en semifinales gracias a un gol de Van Basten, que repitió diana con una espectacular volea en la final contra la URSS.




En las décadas posteriores llegaron Bergkamp, Seedorf, Kluivert, Davids, Van Nistelrooy y un largo etcétera de futbolistas que bien merecieron llevar a su país a la cumbre ganando un Mundial. Sin embargo, en 2010, los neerlandeses optaron por traicionar su propia historia. Por fortuna, el disparo les salió por la culata. La imagen a continuación resume el fútbol desplegado por Holanda en la final del Mundial de Sudáfrica.



Una Oranje irreconocible, marrullera y barriobajera incluso en sus declaraciones tras aquel partido jugado tal día como hoy contra España, borró de un plumazo el legado del fútbol total. En Brasil 2014, con Louis van Gaal al frente, el combinado de los Países Bajos mejoró su imagen, pero de forma muy ligera. Su actitud, entre tramposa y conservadora en las rondas eliminatorias, especialmente en la semifinal contra Argentina, reduce las esperanzas de que los tulipanes recuperen el juego que los hizo legendarios.

Quizá cuando ya no quede en su selección ni uno solo de los participantes en la escabechina de Johannesburgo -bastaría con la ausencia de De Jong, aunque por acción u omisión hubo otros cómplices- los neerlandeses retornen al camino que abrió Cruyff y el fútbol vuelva a estar en deuda con ellos.

EL BLANCO LE SIENTA MAL A LA ROJA EN LOS MUNDIALES

Siempre he sentido curiosidad por saber quién -y sobre todo por qué- ordena  que Alemania vista de franjas rojinegras contra Brasil o que Francia haya jugado tantas veces contra España de blanco. La camiseta  titular germana es blanca y la brasileña, amarilla, dos colores que no generan confusión entre sí. Y la indumentaria de la Roja y les Bleus tampoco da mucho lugar a despistes.

Una rápida investigación por la red explica que las televisiones deciden, y que en el caso del España-Países Bajos del pasado 13 de junio la exigencia era que un combinado luciera tonos claros mientras que el contrario debía ataviarse de oscuro. Por ello, la Roja se disfrazó de blanco y la Oranje, de azul marino. El resultado fue pésimo para los de Vicente del Bosque, pero no era la primera vez que la selección mordía el polvo en un Mundial enfundada en una equipación blanca.

En su bautismo de fuego en Francia 98, la Roja mudó de vestimenta habitual y cayó 3-2 contra la a priori asequible Nigeria. Pero más duro, por lo que se tuvo a mano y no se pudo conseguir, fue lo ocurrido cuatro años atrás en el Mundial de Estados Unidos.

Hace justo dos decenios, la selección española se medía a la de Italia en los cuartos de final. Fue un encuentro vibrante, eléctrico, con una España muy superior a la Azzurra durante gran parte del juego, pero resuelto por los transalpinos con un toque de calidad de Roberto Baggio y otro de violencia por parte de Tassotti. Su codazo -en esta ribera del Mediterráneo se le conoce sólo por eso- hizo trizas el tabique nasal de Luis Enrique y las esperanzas de una afición que hubo de aguardar demasiado tiempo para ver a los suyos entre los grandes del fútbol.



Dieciséis años después, el equipo nacional tocaba el cielo en Johannesburgo. Su oponente en el último partido de Sudáfrica 2010 fue el mismo que el de su aciago debut en Brasil 2014: un rival uniformado de naranja. La confusión visual entre la elástica oficial neerlandesa y la española estaba servida, y fueron los nuestros quienes cambiaron de color. Y no eligieron el blanco.

Hoy se cumplen cuatro años del día que Andrés Iniesta, vestido de azul, hacía realidad el mayor de los sueños de la Roja.